«En resolución, él se enfrascó tanto en su letura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y dle mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio.» (Rep, en DQ, Ed. Castalia, 2010, pág. 30)